La noble villa de Albelda, en la provincia de Huesca, es ilergeta en su cuna, musulmana en sus fundamentos, aragonesa por reino y catalana por vecindad.
Fue tierra disputada por nobles y eclesiásticos, lo que nos explica su condición, mentalidad, lengua y manera de ser de los albeldenses.
El nombre de Albelda es un término árabe que significa “la ciudad”.
Enclavada entre montañas de leves alturas y pintorescas formaciones y con el cerro del castillo vigilante.
Destacan en su casco antiguo, soportales y “portalets” que dan a la Plaza Mayor,donde tiene su iglesia (siglo XVI) y a la Rambla. Afluyen las aguas de un torrente que recoge las de un manantial de la sierra de la “Gesses” en el pozo árabe y la fuente que le dan vida y que fueron motivo de asentamientos.
Fue lugar de señorío de los Condes de Urgell (siglo XIII y XIV ) y luego de los Peraltas.
Villa, desde que Felipe IV, en 1629, le otorgara esa condición.
Tierra de Infanzones, a partir de entonces, a la que pertenecieron las armas de los Miravete, Cudós, Sangenís, Chicot y Torres…
Su bandera a cuadros azul y blanca, sus habitantes fueron guerreros, agricultores y comerciantes. Como agricultores cultivaron sobre todo el olivo centenario. Artesanalmente trabajaron el cáñamo en sus telares,la cantarería, el mimbre, la anea y la caña. Herreros, carpinteros guarnicioneros, esquiladores, cholladores… trabajaron por y para el campo. Construyeron sus hornos para el pan y poseían molino de aceite para molturar las olivas, empresa que todavía hoy continua y que recordamos con gratitud en un monumento y en las propias armas de la villa.